jueves, 6 de mayo de 2010

Cuestión de luz.

Hacía meses que no me levantaba tan temprano. Según he subido la persiana me ha sorprendido el sol de Madrid de antes de las ocho de la mañana. Me ha sorprendido, sobre todo, porque me ha dicho que me echaba mucho de menos, aunque sin gestos de reproche, sin obligarme a que volviera. Lo he entendido todo de golpe. Ya estoy aquí.

martes, 4 de mayo de 2010

Desintoxicación.

Antes de que te des cuenta, el camello te llama para felicitarte las Navidades, te lo digo yo; aunque en realidad esté aquí por aquello del amor. De lo otro ya me quitaba yo sólo. ¿Quién dijo que la soledad y el esfuerzo fueran tan difíciles? Soledad. Esfuerzo. Soledad. Esfuerzo. Soledad. Esfuerzo. Soledad. Ventana. Esfuerzo. Soledad. Abrir. Esfuerzo. Soledad. Saltar. Soledad. Soledad. Soledad.

martes, 27 de abril de 2010

Solaz.

Lloraba, por fin. Toda esa liturgia que siempre le había resultado ajena venía de una vez por todas a hacerle gritar por dentro, como tanto había necesitado. Parecía mentira que una misa de difuntos pudiera aliviarle de un modo imposible de alcanzar para amigos, libros, alcohol y otros sucedáneos de consuelo. Y así, dos veces cada día en la iglesia del barrio. ¡Qué más da que no fueran sus muertos!

jueves, 22 de abril de 2010

Desalentado.

Todas sus mañanas empezaban de manera idéntica. En medio de la vigilia previa al despertar, el mismo pensamiento se abría paso, lacerante, justo antes de abrir los ojos : “esto no puede seguir así… la situación es insostenible… no quiero despertarme junto a él ni un día más… nos estamos haciendo tanto daño…”. En general, las ganas se habían disuelto en un zumo de miedo y pereza, ya en el momento de levantar la taza del váter. “Total, qué más da un día más... pero de mañana no pasa”. Y así cada amanecer durante los últimos cuarenta y seis años.

martes, 13 de abril de 2010

Todo es siempre lo que parece.

Haces mal en mentirme. Nadie te lo ha dicho (no podrían), pero cuando mientes, tus pestañas adquieren un tono verdoso fluorescente que sólo yo puedo ver (ya he preguntado a otra gente que te conoce y nada). Así que déjalo estar y dime la verdad siempre, a menos que quieras volver a preguntarme por qué parezco azul cuando estoy contento pero tengo cara de marciano o de calabacín cada vez que me ves llorando. Es sólo un reflejo.

viernes, 5 de marzo de 2010

Brechando.

Empezó como una pequeña vejiga, para después reventar y pasar a ser un corte imperceptible, que no me dolía. Con el tiempo, se convirtió en lo que cualquiera hubiera identificado fácilmente como una señora brecha. Profunda pero también indolora. Cuanto más grande se hacía, cuanto más hondo llegaba, más feliz era yo, y más cosas recuperaba: los domingos por la mañana; llorar leyendo; leer llorando; andobailar por la calle con los auriculares; provocar a personas y objetos para que tuvieran ganas de hacerme sentir dichoso (y conseguirlo); decirme las cosas despacio, sin cruzar los dedos por detrás; obligarme a cerrar la boca cada vez que saliera un “sí”… Y entonces me di cuenta. No era una brecha cualquiera, era una brecha con nombre, con pedigree. Una auténtica y genuina brecha en la (mala) costumbre, sí señor. En ese tipo de costumbre que de tanto conocerla, deja de oler mal, aunque sea pura ponzoña. La próxima vez, recordaré proveerme de objetos cortantes.

viernes, 5 de febrero de 2010

Lo que está escrito.

Lo tenía tan claro el destino. Tan, tan claro. Un objetivo, un camino (el más corto y el más eficaz), una estrategia. Estaba todo planeado. Y entonces conoció a "A" y se enamoró. A "A" le gustaba mucho mucho dormir abrazado a destino, justo en medio. DesAtino. Y se acabó.